LAS MERETRICES VIOLADAS.
HISTORIAS AL BORDE DE LA MUERTE
La violencia es extrema en estos estrechos y oscuros pasillos. Matar o morir
es realmente una posibilidad constante en este su mundo
es realmente una posibilidad constante en este su mundo
Ya son las ocho de la mañana y aún hay un par de borrachos vomitando en los diminutos y olorosos cuartos. Algunas de las chicas se caen de sueño entumecidas por el trago y las drogas mientras se aproximan a los taxis que esperan en la puerta. Y es que acostarse con unos doce tipos durante unas diez horas es una perturbadora faena laboral. Si no fuera por los lubricantes, el perfume, aromatizantes, los cigarrillos y otras “ayuditas”, que les hacen volar en un alucinante mundo imaginario, tal vez nada de esto sería posible.
Los “cafishos” cuidan sus intereses vigilando si, esta vez, hubo o no buenas ganancias. Uno que otro, más trastornado en su oscuro espacio, amenza con la mirada a su chica que en segundos es poseída con un par de señas y obscenos ademanes.
“Dévora”, una trabajadora sexual que ha pasado el dígito 4, nos cuenta que hay noches de tragedias más duras. Inmediatamente, recuerda cómo una de sus compañeras de trabajo casi fue asesinada por 50 pesos. “A una muchacha la violó el cliente, la golpeó, le robó el celular, le robó el dinero e intentó matarla”, relata. Y es que los clientes, sino todos, una gran mayoría, son violentos. Ese en especial hizo de todo con la chica que casi muere ahorcada. “Le hizo sexo anal, le hizo sexo vaginal y sexo oral…imagínese y todavía tuvo el descaro de robarle el celular y el dinero que hizo esa noche”, recuerda una Dévora enojada. El agresor, en minutos, fue devorado por la furia de las trabajadoras sexuales, garzones y “cafishos” del lenocinio. “Y no dejé que lo saquen del local y le pagamos con la misma moneda, lo empezamos a golpear y si no hubiera sido que apareció la representante de la O. N. A. E. M. (Organización Nacional de Activistas para la Emancipación de la Mujer) medio que lo hubiéramos matado…yo les dije medio mátenlo y vayan a botarlo al cementerio”, nos cuenta. El caso fue denunciado y casi, inmediatamente, sepultado.
Las trabajadoras sexuales denuncian que son amedrentadas por algunos malos policías. “Son unos desgraciados”, asegura Dévora, visiblemente alterada. Y es que jamás se olvidará cuando un teniente le gritó: “cállate, eres una puta que no sabes lo que estás hablando”, la noche que se presentó un uniformado en defensa de un cliente ebrio que no quiso pagar y, más bien, aseguraba el robo de 100 dólares. Tampoco borrarán de su memoria los operativos nocturnos en que los policías ejercen su retorcida autoridad para entrar a patadas a estos burdeles. En este mundo de tinieblas, una historia es más perturbadora que la otra. Las meretrices aseguran que son algunos de los efectivos policiales que hacen de sus vidas un trastorno. “El peor momento de mi vida fue en una batida”, confiesa Deyanira (nombre protegido) recordando una de tantas intervenciones policiales en el local donde trabaja. “Han entrado, han robado dinero de la encargada, han robado dinero de los clientes, han robado celulares, han intentado robarme a mí mi cellular que yo lo tenía guardado en mi pecho. Me metió la mano el policía y, aprovechando con la otra, el otro pecho; me manoseó y a eso yo le di un golpe en sus partes íntimas y a lo cual él me respondió con un puñete…”. En muchos de estos operativos clandestinos, según el relato de Deyanira, las trabajadoras sexuales terminan desnudas o semidesnudas en la calle expulsadas por los mismos uniformados.
Y eso no es todo…
Estas mujeres están expuestas a los apetitos sexuales de los más perturbados.
“A una amiga al principio un policía le pagaba 50 pesos por sus servicios y la buscaba donde estaba y, luego, no le pagaba y le extorsionaba diciendo que la iba a descubrir, le iba a decir a su familia, sabía todo de ella, su domicilio y todo… y ahora ella no sabe qué hacer…”, se lamenta esta chica de 18 años con una expresión marchita y de miedo en el rostro.
LA PRIMERA VEZ
Increíble pero cierto. Algunas de las trabajadoras sexuales terminaron en este mundo de tinieblas gracias a su propia familia. “Su abuela, a sus doce años, la llevó a un lenocinio porque ella era muy linda”, cuenta la psicóloga de estas mujeres, Ninoska Flores.
La niña de esta historia vivía en Cobija, al norte del oriente boliviano, con su abuela y sus ocho hermanos. Bien desarrollada físicamente ya tenía trabajo en el burdel.
Hacía la limpieza, mientras el dueño del local le enseñaba el negocio tocando su cuerpo. Las meretrices le ayudaban a maquillarse y así, sin darse cuenta, perdió la inocencia. Todo el dinero que ganaba lo tomaba la abuela para criar a todos los nietos. Así vivió muchos años hasta que decidió viajar a Cochabamba en busca de la libertad. Hoy han pasado como 30 años y tiene demasiados malos recuerdos.
Muchas vienen de familias sin afecto. Su más ambicioso proyecto de vida se reduce a tener un esposo, alguien a quien amar y que responda por ellas. Esa falta de amor propio no les deja salir de este mundo. Sin embargo, hay un grupo más pequeño que piensa en estudiar y hacer dinero para mejorar su vida.
Estas mujeres son madres, hijas, esposas, jefas de hogar. Muchas tienen doble vida. El dinero rápido es el mejor anzuelo. “Hay muchas chicas universitarias”, añade Ninoska.
“Si las chicas son bonitas ganan bien, hay mujeres que llegan a ganar 7 mil bolivianos al mes solo siendo damas de compañía”.
En otros espacios, el dinero pasa por varias manos. Hay locales donde el servicio sexual cuesta 50 bolivianos. La chica se queda con 35 de esos 50, tiene que pagar 15 por el alquiler de la pieza y 5 por la seguridad.
El 80% de los clientes es o está vinculado a delincuentes. Hay microtráfico de drogas en algunos lenocinios. Algunos garzones se dedican a vender cocaína, marihuana, anfetaminas y otros productos.
LEY PARA LA PROSTITUCIÓN
Solo en la capital cochabambina existen como 700 mujeres de diferentes edades que venden su cuerpo en distintas circunstancias. También hay otras que trabajan clandestinas.
Rayza Torriani, responsable de la Mesa Nacional de Trabajo por el sector, avanza firme con el fin de luchar por los derechos de estas mujeres. Sus once años de trabajadora sexual le han dejado muchas huellas imborrables y la tenaz inquietud de hacer algo. El objetivo es que la prostitución o trabajo sexual sea legalmente reconocido en Bolivia. El proyecto de ley está en la Asamblea Legislativa Plurinacional de Bolivia.
“El trabajo sexual se vincula al alcohol y a las drogas”, anota Rayza. Y esa es una de las principales dificultades. “Que nos ayuden a construir educación y valores para una vida sin alcohol”, explica cuando se refiere al proyecto. Esta mujer, que nació varón,- -—cuyo nombre en su carnet de identidad es Victor Armando— vive luchando para tener “una vida diferente”. Está cansada de vivir esta pesadilla. No aguanta más recordar cómo vio a muchas de sus compañeras sobrevivir y al borde de la muerte. Entre sollozos y lágrimas nacientes, protesta porque la vida de una prostituta es muy dura y violenta.
Es un largo camino y, a veces, no hay aliento. Y es cierto que el trabajo sexual no es digno. La dignidad es de esas mujeres con zapatos de tacón, minifalda y maquillaje que, en las esquinas y, en otros recintos, exigen respeto a sus derechos humanos.
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